Medalla Santa Brígida de Suecia y San Alberto Hurtado con perlas

$275.000

Medalla Santa Brígida de Suecia y San Alberto Hurtado con perlas

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Esta preciosa y coqueta pieza de santa Brígida de Suecia y San Alberto Hurtado, mide 3,5 cms de diámetro, y las perlas y su trabajo en filigrana le dan un original acabado. 

Sobre Santa Brígida de Suecia:

Brígida significa: Fuerte y brillante.

Esta santa mujer tuvo la dicha de nacer en una familia que tenía como herencia de sus antepasados una gran religiosidad. Sus abuelos y bisabuelos fueron en peregrinación hasta Jerusalén y sus padres se confesaban y comulgaban todos los viernes, y como eran de la familia de los gobernantes de Suecia, y tenían muchas posesiones, empleaban sus riquezas en construir iglesias y conventos y en ayudar a cuanto pobre encontraban. Su padre era gobernador de la principal provincia de Suecia.

Brígida nació en Upsala (Suecia), en 1303.

De niña su mayor gusto era oír a la mamá leer las vidas de los Santos.

Cuando apenas tenía seis años ya tuvo su primera revelación. Se le apareció la Sma. Virgen a invitarla a llevar una vida santa, totalmente del agrado de Dios. En adelante las apariciones celestiales serán frecuentísimas en su vida, hasta tal punto que ella llegó a creer que se trataba de alucinaciones o falsas imaginaciones. Pero consultó con el sacerdote más sabio y famoso de Suecia, y él, después de estudiar detenidamente su caso, le dijo que podía seguir creyendo en esto, pues eran mensajes celestiales.

Cuando tenía 13 años asistió a un sermón de cuaresma, predicado por un famoso misionero. Y este santo sacerdote habló tan emocionantemente acerca de la Pasión y Muerte de Jesucristo, que Brígida quedó totalmente entusiasmada por nuestro Redentor. En adelante su devoción preferida será la de Jesucristo Crucificado.

Un día rezando con todo fervor delante de un crucifijo muy chorreante de sangre, le dijo a Nuestro Señor: - ¿Quién te puso así? - y oyó que Cristo le decía: "Los que desprecian mi amor". "Los que no le dan importancia al amor que yo les he tenido". Desde ese día se propuso hacer que todos los que trataran con ella amaran más a Jesucristo.

Su padre la casó con Ulf, hijo de otro gobernante. Tuvieron un matrimonio feliz que duró 28 años. Sus hijos fueron 8, cuatro varones y cuatro mujeres. Una de sus hijas fue Santa Catalina de Suecia. Un hijo fue religioso. Otros dos se portaron muy bien, y Carlos fue un pícaro que la hizo sufrir toda la vida. Sólo a la hora en que él se iba a morir logró la santa con sus oraciones que él se arrepintiera y pidiera perdón de sus pecados a Dios. Dos de sus hijas se hicieron religiosas, y otra fue "la oveja negra de la familia", que con sus aventuras nada santas martirizó a la buena mamá.

Fue pues una familia como muchas otras: con gente muy buena y gente que hace sufrir.

Brígida era la dama principal de las que colaboraban con el rey y la reina de Suecia. Pero en el palacio se dio cuenta de que se gastaba mucho dinero en lujos y comilonas y se explotaba al pueblo. Quiso llamar la atención a los reyes, pero estos no le hicieron caso. Entonces pidió permiso y se fue con su esposo en peregrinación a Santiago de Compostela en España. En el viaje enfermó Ulf gravemente. Brígida oró por él y en un sueño se le apareció San Diosnisio a decirle que se le concedía la curación, con tal de que se dedicara a una vida santa. El marido curó y entró de religioso cisterciense y unos años después murió santamente en el convento.

En una visión oyó que Jesús Crucificado le decía: "Yo en la vida sufrí pobreza, y tú tienes demasiados lujos y comodidades". Desde ese día Brígida dejó todos sus vestidos elegantes y empezó a vestir como la gente pobre. Ya nunca más durmió en camas muy cómodas, sino siempre sobre duras tablas. Y fue repartiendo todos los bienes entre los pobres de manera que ella llegó a ser también muy pobre.

Con su hija Santa Catalina de Suecia se fue a Roma y en esa ciudad permaneció 14 años, dedicada a la oración, a visitar y ayudar enfermos, a visitar como peregrina orante muchos santuarios, y a dictar sus revelaciones que están contenidas en ocho tomos (Sufrió muy fuertes tentaciones de orgullo y sensualidad). Desde Roma escribió a muchas autoridades civiles y eclesiásticas y al mismo Sumo Pontífice (que en ese tiempo vivía en Avignon, Francia) corrigiendo muchos errores y repartiendo consejos sumamente provechosos. Sus avisos sirvieron enormemente para mejorar las costumbres y disminuir los vicios.

Por inspiración del cielo fundó la Comunidad de San Salvador. El principal convento estaba en la capital de Suecia y tenía 60 monjas. Ese convento se convirtió en el centro literario más importante de su nación en esos tiempos. Con el tiempo llegó a tener 70 conventos de monjas en toda Europa.

Se fue a visitar los santos lugares donde vivió, predicó y murió Nuestro Señor Jesucristo, y allá recibió continuas revelaciones acerca de cómo fue la vida de Jesús. Las escribió en uno de los tomos de sus revelaciones, y son muy interesantes. En Tierra Santa parecía vivir en éxtasis todos los días.

Al volver de Jerusalén se sintió muy débil y el 23 de juilio de 1373, a la edad de 70 años murió en Roma con gran fama de santidad. A los 18 años de haber muerto, fue declarada santa por el Sumo Pontífice. Sus revelaciones eran tan estimadas en su tiempo, que los sacerdotes las leían a los fieles en las misas.

Sobre San Alberto Hurtado:

Alberto Hurtado Cruchaga nació el 22 de enero de 1901, en Viña del Mar, Chile, en el seno de una familia católica. Sus padres, Alberto Hurtado y Ana Cruchaga, vivían en el fundo Los Perales de Tapihue, cerca de la localidad de Casablanca. Allí Alberto pasó sus primeros años de vida.

Cuando Alberto tenía cuatro años, falleció su padre, dejándolos a él y a su hermano Miguel a cargo de su madre. Lamentablemente, doña Ana no tuvo éxito en la administración del fundo familiar y los ingresos se redujeron ostensiblemente. Dado que no era posible mantener y educar a sus dos hijos en esas condiciones, la madre vendió sus tierras y se mudó a Santiago, la capital, donde serían acogidos por sus familiares.

En 1909, Alberto ingresó al Colegio San Ignacio, donde destacó como buen compañero gracias a su entusiasmo y alegría. Contagiado por el buen espíritu que se vivía en la escuela y alentado por sus maestros y autoridades, el joven Alberto comenzó a considerar si Dios lo estaba llamando para el sacerdocio.

Sin embargo, la precaria situación económica en la que se encontraba su familia le impidió, al terminar el colegio, cumplir el sueño de ingresar a la Compañía de Jesús. Decidió entonces estudiar Leyes en la Pontificia Universidad Católica de Chile y así asegurarles un futuro a su madre y hermano.

En la universidad empezó a vivir a un ritmo trepidante. Estudiaba por las mañanas, trabajaba en las tardes y, por las noches, en las pocas horas que le quedaban libres, colaboraba en la parroquia Virgen de Andacollo.

En esos duros años, no perdió la esperanza de ser sacerdote alguna vez. De hecho, sus oraciones siempre guardaban un pedido especial al respecto.

En 1923, Dios le concedió al joven Alberto aquello que tanto pedía: por fin pudo ingresar al seminario de la Compañía de Jesús. Diez años más tarde, en 1933, recibiría el orden sagrado en Bélgica. Se había convertido en sacerdote jesuita.

Retorno a la patria

El santo regresó a Chile en 1936. De inmediato, se puso a trabajar como profesor en su alma mater, el Colegio San Ignacio. Allí se dedicó a orientar a los niños y jóvenes que buscaban salir adelante, sobreponerse a la miseria y encontrar un sentido para sus vidas.

Alberto se convirtió en un apoyo y guía para muchas personas, quienes solían buscar su compañía y consejos. Su carisma era tan evidente que su fama sobrepasó los límites del colegio y fue llamado a servir como asesor de la Acción Católica Juvenil.

Junto a sus colaboradores, recorrió la patria chilena inflamando los corazones de los jóvenes, a quienes convocaba a trabajar “por la gloria de Dios”.

El Hogar de Cristo

Una noche Alberto se topó en la calle con un indigente. El hombre estaba muy enfermo y dejado al abandono. En otra oportunidad, vio a un grupo de niños que dormían bajo uno de los puentes del río Mapocho. ¿Cómo era eso posible?

Estas crudas experiencias lo marcarían profundamente. Había visto en esos seres humanos el rostro de Cristo sufriente. Decidió entonces emprender un camino de servicio efectivo: pidió a sus feligreses que lo apoyaran con todo el dinero que les fuera posible. El P. Alberto reunió dinero, joyas e incluso bienes inmuebles (casas y terrenos) con los que se hizo del “capital” inicial para la que sería la gran obra de su vida: “El Hogar de Cristo”.

Con entusiasmo se puso a recorrer calles y vecindarios en su camioneta. Recogía a la gente pobre y a los niños abandonados que encontraba por el camino, luego los llevaba al “Hogar de Cristo” y allí les daba alimento y refugio: un poco de leche caliente y una cama para pasar la noche.

De mente inquieta y de corazón generoso

San Alberto era un hombre muy activo e ingenioso. Siempre tenía un nuevo proyecto entre manos: una nueva casa de acogida para los niños, talleres de enseñanza, más camas para las hospederías. Fundó varios talleres de capacitación técnica para jóvenes, con el propósito de que puedan conseguir un trabajo digno. Pese a la incomprensión de muchos, siempre encontraba la fuerza para seguir sirviendo a Cristo en el hermano empobrecido.

Otro aspecto muy importante de su vida fue el trabajo intelectual. Publicó libros y dio conferencias sobre los temas que le apasionaban: el sacerdocio, la adolescencia, la educación, el orden social y el catolicismo. Fundó una revista a la que llamó “Mensaje”. Además, colaboró con diferentes tipos de publicaciones promovidas junto a la Acción Sindical Chilena.

El centro de todo

Pese a la cantidad de tareas impuestas, nunca dejó la dirección espiritual. Con su mejor sonrisa recibía y escuchaba siempre a sus "patroncitos", como solía llamar a sus dirigidos.

A los 51 años le diagnosticaron cáncer. La enfermedad había llegado con dolores que se fueron intensificando paulatinamente. A pesar de ello, el jesuita siguió trabajando incluso desde su habitación en el Hospital Clínico de la Universidad Católica: la enfermedad no le quitaría ni la alegría ni la paz. El P. Hurtado no fallaba en dar una palabra de esperanza y aliento a quien lo necesitase. Su conocida máxima retumbaba constantemente en los oídos de quienes lo visitaban: “Contento, Señor, contento”.

San Alberto Hurtado partiría a la Casa del Padre el 18 de agosto de 1952. Décadas después, el 16 de octubre de 1994, sería beatificado por Su Santidad el Papa Juan Pablo II.

Finalmente, fue canonizado el 23 de octubre de 2005 por el Papa Benedicto XVI.

Cristo había sido el centro de su existencia.

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